Una vez que las Filipinas fueron conquistadas, la Corona Española determinó que la “Nao de China” comunicaría a la Nueva España con Asia. Así fue como la población asiática comenzó a migrar a la Nueva España, que necesitaba mano de obra, y comenzó la esclavitud. Los barcos llegaban a los puertos en Acapulco y ahí, los esclavos, eran comprados y vendidos.
Si, por ejemplo, iban de Acapulco con rumbo a Asia, se aprovechaba la corriente para llegar a las Islas Marianas y a Guam, donde las naves se abastecían para continuar con su camino a las Filipinas. Además de esclavos se traían sedas, especies, pólvora y marfiles, entre otras cosas.
No se nos apreciaba tanto como a los africanos, trabajábamos en haciendas y obras pero se nos usaba más como esclavos domésticos. Se apreciaba nuestra rapidez y capacidad para hacer trabajos artesanales. Teníamos que pagar tributo a la Corona y se nos aplican sus leyes. Nos decían los “indios chinos” y de ahí fue como nació la leyenda de la China Poblana, que era una niña, llamada “Mirra”, princesa de la India, que vino a la Nueva España como esclava y que en la Nueva España se convierte en vidente y llego a ser muy respetada.
Pero volviendo a nuestra situación, nuestros hombres se mezclaron con otras castas, como las indígenas, y a sus hijos les llamaron de manera despectiva: “salta atrás.” Y, por si no fuera poco, si nuestras mujeres se mezclaban con los “lobos” (salta atrás y mulato) a sus hijos les decían jibaro. No se traían muchas mujeres de Asia, ni niños, pues se pensaba que no podrían realizar los trabajos que los hombres podrían. Pero a las pocas mujeres que trajeron las humillaron y a sus hijos, los discriminaron con esos nombres y los siguieron tratando como esclavos.
Los pocos hombres mi pueblo que lograron hacerse de una posición social más respetable eran vendedores de telas, yerbas y aguardiente y, en algunos casos, barberos.
Algo aquí tiene que cambiar...